De acuerdo a su análisis sobre mecanismos de control, quizá Foucault vería estos subsidios que cubren la falta de trabajo, no como ayuda desinteresada, sino como un dispositivo de control social. Aunque parezcan buenos para quien los recibe, y básicamente lo son, en el fondo mantienen un cierto orden y sirven para gestionar a la gente que los necesita.
Además de la esclavitud al plan que se teme dejar porque no se encuentra empleo o quizá el empleo encontrado tiene menores beneficios porque el valor de lo trabajado es similar al subsidio. Con todo lo que un trabajo conlleva: vestimenta, comida, transporte, guardería para los hijos... El subsidiado puede elegir “sabiamente” quedarse con el plan que le aporta igual dinero y menos problemas.
El "planero" como estigma de la sociedad
Por otra parte, en épocas de falsa inclusión, el subsidiado es categorizado como desempleado, vulnerable, planero (vocablo despectivo argentino), y esa etiqueta define su lugar en la sociedad. Mirado con desprecio por no trabajar, porque los impuestos de la clase media se “derrochan” en él, ya que en algunos países como Argentina, viven mayormente a expensas de lo que se le quita a la clase media, la que siempre quiere progresar y ve frustrados sus anhelos por muchas injusticias del poder, no solo por ésta que es una más de tantas.
Al no crearse políticas de empleo, como ha ocurrido en Argentina, durante los últimos 25 años, condenan a quien es subsidiado por falta de trabajo, a ser excluido y señalado por el resto de los trabajadores. El subsidio le sirve a los gobiernos para evitar estallidos sociales y mantener una marginalidad controlada.
Con esta pseudo- ayuda permanente se los excluye del reconocimiento social que da el trabajo.
Y es una ayuda "de por vida" porque ningún aparato político de cualquier ideología quiere cambiar el estatus quo de este grupo al que si se le quitara el plan o se lo hiciera trabajar por lo que se le “regaló “ durante décadas, estallaría socialmente. Le tienen miedo a la explosión social, máxime cuando hay organizaciones sociales que los comandan. No sucede lo mismo con el jubilado o el discapacitado, a quien obviamente no les tienen miedo y se los reduce fácilmente con la represión en una marcha, donde se pide mejoras en la calidad de vida.
Tampoco, el jubilado es un voto distinguido frente al voto del subsidiado “eterno” que tiene más valor para los políticos.
Finalmente, la paradoja resulta que al no crear políticas de empleo genuinas y dar lugar al plan, el sistema no está fallando, sino que está gestionando activamente una forma de "no-empleo" que le es funcional a los intereses del poder.
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La clase media, sostén de todo subsidio
En este marco, la clase media es interpelada como "emprendedora de sí misma", responsable de su éxito y fracaso. Obligada a maximizar su "capital humano" al tener que sostener varios trabajos para poder sobrevivir en ciertos períodos o progresar, apenas, en otros.
Con la lógica foucaultiana , quitarle recursos a la clase media, sin afectar a la clase alta, podría verse como una forma de maximizar esa presión a producir más lo que genera resentimiento que se proyecta en lo más cercano y palpable, que son los que no trabajan. Es el móvil que la clase media tiene a mano mientras la clase alta está muy alejada de todas estas disciplinas y esfuerzos, e influyen decisivamente en que las reglas del juego sean éstas y no, otras.
Los gobiernos eligen “gestionar la precariedad” en lugar de buscar soluciones al pleno empleo, al empleo genuino; sigue conteniendo con migajas que quita de las migajas de la clase media, el estallido social.
Así, se fomenta una competencia horizontal (entre clase media y sectores precarizados) en lugar de una confrontación vertical (entre clases).

La clase media culpabiliza a los subsidios
Cuando el foco se pone en la confrontación entre la clase media y los vulnerables, se aleja del origen oscuro de la riqueza de la clase alta y de las formas en que su capital se incrementa día a día con los salarios bajos, sobre todo en épocas de inflación y libertad de mercado, donde todo está liberado menos los aumentos en las nóminas.
Entonces, salen los políticos, en los discursos, hablando de reforma laboral, ajuste fiscal, competencia global, relato que disfraza quién debe hacer el esfuerzo y quién no lo debe hacer. O sea, quedan excluidos del esfuerzo en cualquier época de austeridad: la casta política, judicial, empresarial, sindical y los privilegiados de siempre.
Otro relato que, últimamente, prevalece en Argentina, es la alegría perversa que genera seguir aumentando el superávit a costillas del hambre de niños y ancianos y de la falta de recursos para los discapacitados o de la destrucción de la salud y la educación.
Estos discursos serían un objeto de análisis para Foucault, quien investigaría cómo legitiman las injustas distribuciones de la carga y los beneficios, repartos casi idénticos gobierno tras gobierno.

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