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Escenario propicio

Escenario propicio

Una analogía entre dos cosas tan disímiles: el acto de escribir y el acto de salir a la batalla. Aunque el rey y el soldado pocas cosas tengan en común. Ambos se necesitan mutuamente para conquistar un sitio anhelado.

📣 Opinión 02/02/2022
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@daniel07

Escenario propicio

 

 

Si alguien me preguntase cuál sería el mejor escenario entre un autor y la hoja en blanco, quizás le respondería “que ambos compartan el bolígrafo cuya tinta se halla repleta de inigualables ideas; o, mejor aún: el teclado, cuyas teclas tienen la impronta de emocionar a un tercero y, por qué no, a miles y miles de individuos más”. Sí, en efecto, así debiera ser. Pero hay que decir, que no porque ese escenario pueda ser el ideal, un “puñado” de tinta tan solo, o un rectángulo de símbolos ha de llevarse todos los laureles, ni mucho menos. He de cincelar solo mi nombre en la roca, decía Agamenón. La historia inmortaliza a los reyes y no a los soldados. Aunque muchos de ellos, de esos grandes jerarcas —como también decía Aquiles, o Brad Pitt, si se quiere—, no habían podido ver la victoria porque estaban muy atrás en la batalla. 

No sé si un autor se encuentra muy atrás en esto que también podría denominarse como “una batalla por expresar las ideas”. Puesto que quien escribe hace las veces de rey y soldado al mismo tiempo, y lo hace activamente en ambos casos. Ya que de lo contrario no habría chances de conquistar ningún territorio, por empezar, el de una hoja en blanco. De todos modos es cierto, que conviven la vanidad de un rey con los miedos e inseguridades de un soldado. Este último, probablemente nunca tendrá grandes ideas en pos de arreciar un pueblo, más bien se limitará a tareas específicas designadas por su general en jefe del ejército, las cuales podrían ser: agregar comas que se han omitido, agregar o quitar puntos según convenga para enriquecer el texto, señalar errores u horrores de ortografía, etcétera. En fin, creo que son múltiples y muy variadas las tareas específicas que un soldado puede realizar. En cambio el rey piensa a grandes rasgos. Lo macro circunda y preestablece hasta lo más nimio de su vida. Busca llevar a lo concreto sus ideas más abstractas. Y ese medio, o ese fin, es el que justifica su vida como intelectual.

Ahora bien, volviendo a eso de “escenario ideal”. El ejercicio de escribir, como cualquier otro, busca la perfección por medio de la reiteración. Pero para eso es necesario una superficie adecuada, una superficie que sea capaz de cubrir las expectativas de todo escritor. Por supuesto que cualquier hoja será buena; cualquier bolígrafo estará presto y solicito para su ejecución; y hasta cualquier mente podrá hacer el intento por volcar sus ideas. Sin embargo, eso sólo no bastará para lograr una superficie o un escenario adecuado entre autor y hoja en blanco. Se requiere de una combinación casi perfecta de todas esas cosas. Carlos Scolari, en su libro acerca de Las leyes de la interfaz, nos dice que la mejor de todas ellas es la que logra pasar desapercibida, sin que el usuario tome cuenta de su presencia. Y agrega a modo de ejemplo la relación que guarda un conductor de automóviles avezado con los componentes que el vehículo posee. Si quien manejase, continuamente prestara atención al volante y a la caja de cambios, de seguro se convertiría en una catástrofe para toda la sociedad. Análogamente podría decirse lo mismo acerca del acto de escribir, solo que aquí ningún tercero sufrirá consecuencias terribles en caso de que el escrito sea paupérrimo o ilegible. Pero, ¿qué hará entonces, que un escritor se disponga a hacer su trabajo, percibiendo apenas que enfrente suyo posee un monitor, o una hoja en blanco; un teclado, o un bolígrafo? El escritor argentino, Ernesto Sabato, en su ensayo La resistencia, alude a una esperanza demencial como la causante de hacerlo escribir a tientas y a ciegas en mitad de la madrugada. Yo me pregunto de dónde surge esa clase de esperanza como para llevarlo a cometer ese acto. Agamenón entonces tenía una esperanza demencial por invadir y tomar la ciudad de Troya, una esperanza devenida de sueños y delirios ancestrales. 

En conclusión, creo que el verdadero acto de escribir, no es más que el desahogo de una profunda y genuina obsesión, la cual se torna en el escenario preciso para adentrarnos en la escritura.

 

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